La seguridad se parece a las diferentes fases de un incendio:
- Existe una etapa Incipiente, done podríamos descubrir el conato incluso antes de que prendiera, y sería fácilmente atajable de forma inmediata. Un detector láser podría identificar esta fase y dar la alarma para su revisión.
- En la fase Latente, todavía no hay llama, pero ya aparece el humo. Es un momento crítico puesto que ya comienza a haber daños en los activos. En este caso disponer de un detector óptico o iónico nos podría alertar de lo que está a punto de producirse.
- En la fase de Llama, ya ha ocurrido lo peor, existen daños irreparables en los activos y la integridad de toda la infraestructura es cuestión de segundos que quede comprometida. Un detector de llamas o térmico sería el último mecanismo de alerta que podríamos llegar a tener.
- La última fase es la de Calor, donde ya se genera una gran cantidad de calor, llamas, humo y gases tóxicos que destruyen todos los activos en la zona y su propagación es exponencial. El mecanismo de control de los rociadores puede ser totalmente insuficiente, pudiendo necesitar apoyo de bomberos y probablemente de un perito para que evalúe el desastre.
Pues bien, solemos entender la seguridad justo al revés. comenzamos poniendo rociadores, pero sin mecanismos de detección, de poco sirven nada más que para intentar poner límite al incendio, y luego solemos ir poniendo sensores en sentido inverso al lógico. La seguridad está diseñada para darnos el mayor tiempo posible de reacción, pues que la seguridad absoluta no existe, al igual que no existe la seguridad de no tener un fuego nunca.
En este sentido si no tenemos una estrategia de integración de aplicaciones, podrá pasarnos como en la detección del incendio. Para cuando queramos darnos cuenta, el coste de controlarlas será ingente por no haber tenido previamente la prudencia de trabajar de forma organizada.